Aunque había sido un día muy duro, yo estaba bastante tranquilo. Mi madre, en cierta forma, había descansado. Los últimos meses habían sido horrorosos entre hospitales, noches sin dormir, médicos y malas noticias, una detrás de otra. No quiso tomarse ningún tranquilizante, se acostó y se durmió enseguida.
La habitación había cambiado un poco. Había sido mía durante muchos años y, al acostarme en aquella cama, todo el pasado me vino de golpe: mis hermanos, las chicas, los estudios…. Y la fábrica.
Un aire nuevo: cambiar para mejorar
Mi padre la dirigía con mano de hierro y yo lo veía como algo normal. Todo el mundo lo llamaba don José y le hacían reverencias cuando entraban y salían del despacho. Yo siempre me reía de eso y me burlaba de Manolo, el mayordomo de telares. ¡Cuántos años habían pasado! Ahora, ni don José ni reverencias ni mayordomos. Pensando en aquel entonces y viendo cómo estaba ahora la fábrica, me quedo con esto. Mi padre nunca fue partidario de aquellos cambios, que no fueron fáciles de implantar, pero que alguien me hizo ver. Y es que, siempre necesitamos una visión exterior que nos ayude a comprender porque es como abrir una ventana y que entre el aire nuevo…
Hacía unas semanas que mi padre no iba por fábrica y sabía que no iba a volver más porque se olvidaba de las cosas. Y a mí, las ideas me bullían en la cabeza. No es que perdiéramos dinero pero yo quería saber exactamente qué ganábamos y dónde. Quería saber qué secciones eran más beneficiosas que otras, quería saber, saber… Él nunca le dio importancia a esas cosas, pero yo necesitaba técnicos, personal preparado. Mucho, mucho trabajo había por delante.
Habían pasado cinco años desde entonces y ahora ellos siguen a nuestro lado. Todos tenemos un asesor para la contabilidad, pero nadie se plantea tener a una consultoría estratégica de operaciones, una consultora de ingeniería y nunca me he arrepentido.
Estaba cansado, el día había sido muy duro y con esos pensamientos me dormí.